Will you feel better? {Relato corto} [TW: sangre]

{x}




[You're getting sadder, getting sadder, getting sadder, getting sadderAnd I don't understand, and I don't understand...]
[Could have happened here]

Hay veces en las que una noche perfecta se rompe en un instante y no hay marcha atrás, una herida que se abre con tanta fuerza que no hay caricia que la cure. El escozor de un labio hinchado en una mueca de lástima que uno quiere ocultar.

Katya se miró al espejo del cuarto de baño, intentando reconocerse en el reflejo. Los mechones rojos de su cabello se pegaban a su piel blanca, contrastando en sus mejillas y confundiéndose con los arañazos y el morado de aquel moratón que empezaba a aparecer en su pómulo izquierdo. Lo peor era su labio inferior, el corte que dejaba una pequeña línea de sangre que goteaba hacia su mejilla. Se había interpuesto casi sin pensar, desoyendo el consejo de huir. No podía dejar que Sho sufriera por ella, no quería causarle dolor a un desconocido que le había tratado tan bien, y antes de darse cuenta estaba recibiendo un puñetazo en su mejilla, aunque el joven intentara apartarla nada más ver sus intenciones. Recordaba tener la vista borrosa mientras la apartaba y de golpe pegaba unos gritos que poco parecían suyos, también ser zarandeada y otro puñetazo que no había sido capaz de esquivar. Al menos se habían ido, pensó, sonriendo y deshaciendo la mueca al instante. Se le había vuelto a abrir la herida del labio.

Se limpió con cuidado el corte, desinfectándolo con una gasa y agua oxigenada y conteniendo el aspaviento al sentir el escozor en la piel. Decían que si escocía era que curaba, aunque había heridas que no importaba que se fueran de la piel: seguían doliendo. No eran los cortes o los golpes lo que le preocupaba, sino saberse inútil e insignificante a ojos de otros: una criatura que pasa por la vida intentando no hacer ruido y dejándose arrastrar a dónde ellos querían. Pensaban que podían usarla y dejarla estar, y que si alzaba la voz tenían la fuerza para hacer con ella lo que quisieran.

Suspiró. ¿De verdad pensaba salvar a su hermana siendo así?

Salió del cuarto de baño y caminó hacia la nevera de la cocina sin encender una sola luz y apenas haciendo ruido. Sus compañeros dormían, o tal vez no estaban en casa. Hacía tiempo que no les preguntaba sus planes y se comunicaban por post-its en la nevera. El acuerdo le favorecía, sobre todo cuando le dejaban sobras de comida por la noche con una nota preguntándole si el ensayo del conservatorio había ido bien. Observó la nota con aire distraído mientras sacaba el tupper de la nevera. Parecía que hacía una eternidad desde que salió del conservatorio, pero solo habían sido unas horas. Después de cerrar la nevera abrió el congelador y sacó dos bolsas de guisantes congelados. Antes de apoyar la suya sobre el labio la cubrió con una toalla.

Sho estaba en el salón, tumbado sobre el sofá con los ojos cerrados. Tardó unos segundos en deducir que no estaba dormido aunque lo pareciera, removiéndose justo al sentirla pasar a su lado. La joven apretó los labios, intentando sonreír pese al dolor, y se arrodilló en el suelo frente a él, extendiendo su mano con la bolsa restante de guisantes y un trapo para sus heridas.

— Gracias.— Respondió él, algo seco. No sabía si era el entumecimiento de sus músculos o su piel, pero desde que habían llegado a su casa no había hablado demasiado. Bien podía ser por el dolor, pero algo le decía que se sentía mal por no haber podido protegerla del todo. Notó el roce de sus manos cuando él cogió la bolsa que le tendía, la aspereza de sus yemas y algunas heridas abiertas en sus nudillos. Al alzar la vista de nuevo a su rostro notó sus ojos oscuros clavados en ella, todavía severo, y acabó logrando que la joven bajara la vista.— No tenías que haberte interpuesto.

Así que eso era. Katya casi suspiró aliviada al comprender que solo era su actitud protectora, como había sido durante toda la noche, la que le hacía sentirse así. Temía que estuviera enfadado con ella de verdad, porque, de algún modo, con él se sentía cómoda por primera vez en mucho tiempo. No había dudado al decirle su nombre, al mostrarle su casa. Ni siquiera recordaba la última vez que había traído a un amigo a su casa.

— No podía dejar que te hicieran daño.

— ¿Incluso a costa de ti misma? — La pregunta fue directa y se vio reflejado en el rostro de la joven sin que pudiera esconderlo tras la mirada impasible que solía vestir como armadura. De golpe abrió los ojos, dolida y avergonzada, intentando encontrar una respuesta ingeniosa o las fuerzas para recriminarle a él todos sus golpes. Sin embargo se quedó en silencio, notando su labio arder pese al frío del hielo. La herida le recordaba que, en el fondo, Sho tenía razón.

Él también percibió el estado de ánimo de la joven, pero no supo cómo animarla. Pudo notar sus hombros hundirse y, al levantarse él la siguió con la mirada, un suspiro cansado escapando de sus labios. La alegría se había vuelto preocupación por ella, por esas heridas que no estaban en su piel, pero podía ver igualmente. ¿Se habría fijado ella que ambos parecían compartir esa carga, ese peso sobre los hombros? Su sombra parecía mucho más alargada que la joven que volvía del baño con algodón y desinfectante para sus heridas, e incluso cuando le pidió que se incorporara notó que en su mirada azul podía reconocer la tristeza que él mismo intentaba ocultar. Inspiró hondo, intentando volver a poner aquella sonrisa que siempre parecía hacerlo todo más sencillo, una máscara que mantenía siempre a ralla su malestar.

Ambos necesitaban esa sonrisa hoy.

— Oye, Katya.— Murmuró, ignorando el escozor del corte de su ceja. Tenía tantas cicatrices en su piel que se había hecho inmune a la mayoría de golpes, aunque no pensaba impedir que la joven le limpiase las heridas si lograba hacer que se sintiera mejor. Cuando la joven alzó la vista y vio su sonrisa, parte de su tristeza también pareció desvanecerse. Había intentado sonreír, pero de nuevo la herida del labio le recordó que no era muy buena idea. Pero en la penumbra creyó ver que sus ojos brillaban, más animados. Durante un instante se preguntó si quería seguir hablando, o qué decir. Al final, se decantó por una pregunta muy sencilla.— ¿Estás bien?

La pregunta volvió a atravesar la barrera que la joven solía crear a su alrededor, e incluso aunque fuera una pregunta cargada de amabilidad y a la que había respondido varias veces con sinceridad, de golpe se sintió sobrepasada. Dejó sus manos todavía a pocos centímetros de la piel del chico, que no hizo amago de moverse ni aproximarse, mientras sentía la pregunta repetirse mil veces en su cabeza. Le habían hecho esa pregunta desde que era pequeña y siempre había asentido, forzado una sonrisa y respondido que sí, que claro que estaba bien. Viviendo un sueño, siguiendo su carrera musical, viajando al extranjero… Pero siempre había una parte que callaba, el miedo, la pérdida y el no saber a quién acudir. Estaba cansada, y la cabeza todavía le daba vueltas tras el golpe, como un latido que le recordaba lo que acababa de ocurrir. Cerró los ojos, echándose hacia delante y encogiendo los hombros, las manos en su regazo. De golpe todo le pesaba.

— No.— Logró responder al fin. Cogió aire tras hacerlo, como si aquella palabra pesara tanto que dejarla salir hubiera sido todo un esfuerzo. No quería saber lo que pensaría Sho de ella, si se burlaría por su sinceridad, o si pensaría que no valía para nada, que era débil e insignificante como ella se sentía. Le picaban los ojos, pero se forzó a contener las lágrimas cuando alzó la vista.

Sho se había incorporado en el sofá y estaba sentado frente a ella. Parecía un gigante de hombros anchos, capaz de partirla en dos si se lo proponía. Lo había pensado también al conocerse, todavía intimidada por la idea de pedir ayuda. Era la segunda vez que lo hacía en una noche. ¿Por qué no podía valerse por sí misma? Parpadeó para contener las lágrimas, pero cuando el joven volvió a sonreírle, acariciando su mejilla con suavidad sobre la herida que ni siquiera se había curado, no pudo evitar que una surcara con libertad el contorno de su mejilla.

— Bien.— Susurró él. Lo dijo con suavidad, todavía sonriendo y cogiendo de sus manos el desinfectante y algodón que había usado para curarle. Tenía las manos cálidas y ásperas, pero el contacto fue reconfortante, incluso cuando le obligó a alzar la barbilla y mirarle a los ojos.— Yo tampoco, la verdad.— Admitió, con tanta naturalidad como la sonrisa de sus labios. ¿Cómo podía decir eso y sonreír? Se preguntó Katya, intentando dejar de llorar. Notaba su labio inferior temblar, conteniendo el sollozo.— Pero no pasa nada. Saldremos adelante.

Lo dijo con tanta seguridad que no pudo evitar creerle. Sonrió, y la herida de su labio, todavía hinchada y reciente, volvió a abrirse, pero no le importó.

Sabía que se cerraría.

Todas las heridas lo hacen al final.


Comentarios

  1. Intenso, triste pero tierno al final. Es verdad, todas las heridas se cierran algún día.
    Buen relato.
    ¡Besos!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario