WWC. Dia 1. Suéter

Hola! Bueno, voy a empezar un reto de escritura, el winter writing challenge (en pleno verano, sí, para evitar el calor). En rigor empezaré 3, pero no sé si los escribiré todos todos los días, ni sobre qué los haré, si será original, si serán fics... qué serán. ¿Qué más da? Básicamente es para fomentar la escritura, presionarme para escribir un poco día a día. A ver si lo consigo :D Es básicamente lo mismo que los drabbles de ask, una o unas pocas palabras para sacar una idea. Ya veremos como va. (por cierto, si quereis que el siguiente sea de una pareja en concreto, o algo, lo podeis decir).

Así que nada, ya empiezo.

WWC. Día 1- Suéter.

La ciudad estaba iluminada con tantos adornos navideños que parecía que siempre era de día. Pasearse por aquellos escaparates llenos de juguetes y suéteres de punto hechos con tanto amor siempre había sido uno de sus pasatiempos favoritos. Luego, por desgracia, no compraba nada, o mucho menos de lo que en realidad quería. Tenía una carta llena de deseos que nunca se cumplirían.
Por desgracia, la magia de las navidades terminaba casi tras empezar.
Abandonó la calle principal en busca de alguna tienda más modesta, como las de antigüedades con objetos antiguos que guardaban hermosas historias. Siempre había deseado poder llevar una de esas tiendas, pero la vida sigue sus propias directrices, y parecía haberse quedado por el camino. Concretamente en un camino lleno de desempleo, desamor y falta de dinero. Además ahora era un camino frío, que olía a dulces que no podía permitirse y tenía la textura de los suéteres de algodón que solo podía acariciar en las tiendas.
Ojalá, aunque solo fuera por un día, pudiera vivir en el mundo de sus sueños.
Como caminaba perdida en sus pensamientos, no llegó a fijarse en que un bloque de nieve se había condensado y convertido en hielo y, al pisarlo, tropezó y empezó a deslizarse calle abajo. Si no hubiera sido porque un hombre con abrigo negro se cruzó en su camino, seguamente habría sido atropellada por un coche y, lo peor de todo, seguramente habría sobrevivido pero no se habría podido costear la operación, y estaría coja para siempre.
Y ahí acabo, tirada en el suelo encima de un hombre que, con su suerte, iría a denunciarla. Sin embargo no quiso levantarse, no de momento. Era cálido, y olía a chocolate caliente. Seguro que acababa de tomarse uno y lo tenía por encima. Esa idea hizo que se incorporara corriendo.
- ¡Lo siento! ¡Dios, lo siento muchísimo!- Murmuró, corriendo a tenderle la mano mientras lo inspeccionaba. No había rastro de manchas de chocolate caliente. Lo que si vio fueron unos ojos verdes como el árbol de navidad de su utópica casa, con unos hermosos cabellos negros que la nieve parecía adornar de manera premeditada. Y lo bien que le sentaban los vaqueros, entallados, con su jersey oscuro y aquel abrigo...
Seguro que iba a demandarla, pero al menos disfrutaría de las vistas en el juicio.
- No, no, tranquila, al menos he evitado tu muerte.- Sonrió él.- ¿Estás bien? ¿Te has hecho daño?
No, aquello no entraba en sus planes, la gente no era buena con ella, la miraban por encima del hombro mientras vivían su vida feliz. Captaba el desdén cuando preguntaba el precio de un objeto, sabiendo que no podría permitírselo ni en un millón de años. Y ni siquiera era un vagabundo, a ellos, directamente, ni los miraban. Era ella, que tenía poco, la que compartía el resto con ella.
- ¿Te acabas de quedar muda?- Bromeó el joven.
- Lo siento, es que... me has sorprendido. Creí que te pondrías como una moto.
- ¿Por qué iba a hacerlo? Te has hecho más daño que yo.
- Pero si caí sobre ti...
- Digo en general.
Llevaba todo el rato mirando a sus pies, casi nerviosa de ver su propio reflejo en su mirada. Pero entonces alzó la vista, y vio la compasión en sus ojos. Se había acostumbrado tanto al desdén, que ese nuevo sentimiento la sorprendió más que el anterior.
- Yo no...
- Si hasta tenías miedo de que te denunciara, no mientas.
La sonrisa se atisbó en sus labios, sincera por primera vez. Aquel brote de amabilidad hacia su persona había conseguido que la semilla de la alegría empezara a crecer de nuevo.
- Venga, déjame invitarte al menos a un chocolate caliente.
"Déjame saborearlo de ti" Oh, Dios mío, ¿acababa de pensar eso? ¿En serio? Se sintió traicionada por su mente. Solo pudo asentir, siguiendo al joven.
La tomó de la mano mientras avanzaban, y la calidez de sus dedos se fue pasando a los suyos, trazando pequeños círculos en el dorso de su mano. ¿Lo haría a posta, o sería un acto inconsciente? Prefería no preguntar, aquello parecía nuevo para ella.
Entraron a una pequeña cafeteria, con apenas un par de clientes y una señora mayor encargada de servirles. Él la indicó que se sentara y fue a la barra. El aroma a dulce la abrióel apetito, preguntándose si él cambiaría de idea y tendría que terminar pagando el chocolate. No le quedaba demasiado dinero, y prefería gastarselo en comprar regalos para la poca familia que le quedaba.
- Ya está, toma.- Le tendió una taza de chocolate llena hasta arriba, con dos malvaviscos que flotaban a duras penas entre tanto chocolate.- Si quieres puedo pedir churros.
Su boca dijo no, pero su estómago sí. Riendo, el joven volvió a la barra.
- ¿Cómo te llamas?- Dejó el plato de churros entre ambos. Ella se resistía a probar bocado.
- Mara - Contestó, sorbiendo lentamente el chocolate. Una fina capa se pegó en sus labios cuando posó el vaso y, con cuidado, se pasó la lengua por los labios. Al rato se dio cuenta de la intensa mirada de su compañero y, sonrojada, cogió una servilleta.
- Es un placer, Mara. Me llamo Grant.
- Creí que eso era un apellido.
- Es un poco de todo.- La sonrisa se formó en sus labios, y Mara tuvo que apretar la mano contra su pantalón para contenerse. Era adorable.- Bueno, cuéntale algo al hombre que indirectamente ha impedido que mueras... ¿estudiaste algo?
- No, bueno, sí. Empecé a estudiar literatura, pero por desgracia, antes de terminar la carrera, mi padre, el único de la familia que trabajaba, sufrió un terrible accidente y murió.- El recuerdo todavía la abrumaba por las noches, aunque hubieran pasado más de cinco años desde entonces. Evitó que Grant se disculpara al seguir hablando.- Mi madre no podía llevarme a la universidad con el poco dinero de la pensión, así que busqué empleo. Pero no me fue muy bien, he sido camarera en varios restaurantes, y he ahorrado un poco por si decido finalizar la carrera algún día. Pero lo veo difícil...
- ¿Y eso?
- Bueno, ahora estoy resistiendo a base de esos ahorros universitarios.
- Oh, vaya.
- ¿Y tú?- Bastante que ya había hablado. Con un poco más de confianza, decidió atacar los churros. El azúcar se quedó pegada a sus dedos.
- Bueno, yo aún intento sacarme la carrera de medicina.- Claro, rico, iba para médico.- Mis padres me obligaron, aunque preferiría mil veces algo más modesto.
- ¿Qué querías hacer?- ¿Por qué se molestaba? Solo estaba siendo amable con ella por eduación, estaba segura.
- No lo sé, bellas artes, puede, siempre he sido bueno dibujando. Pero claro, no hay demasiados artistas que vivan de ello.
- Yo me basto con ser bibliotecaria, si te sirve de consuelo.- Bromeó ella. El chocolate parecía estar cambiándole el humor.- O trabajar en una tienda de antigüedades. En una librería antigua o simplemente en una tienda de segunda mano. Conocer la historia a base de objetos corrientes y...
Estaba hablando demasiado, seguro que la tomaba por un bicho raro. Calló, sujetando la taza de chocolate con las dos manos, ya casi vacía.
- Me parece una vida apasionante.
- No bromees, tu vida como médico, o como artista, seguro que es mil veces mejor.
- Pues no lo creo. Si quieres hacemos la prueba.
- ¿Qué propones?
- Vamos a ir a una tienda de antigüedades o a una librería, y vamos a conseguirte ese trabajo que tanto ansías. En una semana veremos quién es más feliz, si tú o yo.
- Eso implicaría volver a vernos.
- ¿Acaso es malo?
- No, solo... Sorprendente.- Cuando decía que no tenía muchos amigos iba en serio. La gente parecía apartarse de ella por su estatus social. Y bueno, su vida a la caza y captura de un trabajo tampoco la volvían la persona más sociable.
- Bueno, pues vamos a empezar.- Salieron de la cafetería, y de nuevo fue llevándola de la mano. El contacto ya no se le hacía tan raro, aunque ahora empezaba a ruborizarse. En parte era bueno, hacía mucho frío en la calle y, por lo que parecía, empezaba a nevar.
De golpe pararon frente a una tienda de antigüedades. Estaba en un callejón, no demasiado a la vista, con las ventanas cubiertas de vaho. Seguro que dentro hacía mucho calor. Abrieron la puerta y escucharon, aparte de las campanitas que indicaban clientela, el crepitar de un fuego. El aroma de la madera ardiendo impregnó su nariz, y el aire cálido le aclaró las mejillas un poco. Despegó sus labios, con una sonrisa.
- Buenos días.- Escucharon al fondo. Un hombre de mediana edad se acercó a ellos. Llevaba un cartel de "se busca empleado" entre las manos.
Aquello tenía que ser un sueño o algo. Seguro que se había partido la crisma al pisar el hielo.
- Mira qué suerte, Mara.- Sonrió Grant.- Justo íbamos a preguntarle si no le importaría contratar a mi amiga.
El hombre la inspeccionó. La verdad es que iba bien vestida, con un cálido suéter de cuello alto, azul claro, que resaltaba su cabello pelirrojo. Éste estaba hecho un desastre, apelmazado por la nieve que empezaba a derretirse. Y su abrigo estaba destrozado por la caída. No iban a contratarla así, estaba segura.
El hombre empezó a hacer las preguntas básicas. Nombre, edad, estudios, otros empleos... Contestó con algo de timidez, nerviosa. Era el trabajo de sus sueños, en una tienda llena de objetos antigüos y librerías que empapelaban la pared. No había una tienda que se adecuara más a sus deseos. Aquello era un sueño. Debía serlo.
- Abrimos a las ocho, así que ven a las 7 y media. Y cerramos a las nueve de la noche, excepto casos especiales. Por supuesto, tienes un descanso de 3 horas para comer.
Asintió. Si era un sueño, que nadie la despertara. Grant dio las gracias por ella, que parecía haberse quedado muda de la sorpresa, y ambos se despidieron y salieron de la tienda.
- Estoy muerta, no hay otra razón.
- ¿Acaso no crees en los cambios de suerte?- Bromeó él.
- Con mi experiencia, no, no creo.
Un silencio incómodo se hizo entre ambos. Grant miró el reloj, nervioso.
- Bueno, pues  entonces, vuelve a hablarme de aquí a 3 días, a las ocho treinta y siete de la noche. A ver si cambias de opinión.
- ¿Y si para entonces he salido del coma en el que me dejó el coche que me atropelló, y desaparezco?
- ¿Hay alguna forma de convencerte que no estás en coma o algo?
- No sé, ¿algo que sea real? El desdén de siempre, las miradas por encima del hombro... Esto no es normal.
Grant sonrió, sacando una tarjeta de su bolsillo.
- Cuando decidas que no estás soñando, vuelve a llamarme.
Mara cogió el trozo de cartón, con su nombre, dirección y apellidos, y se quedó observándolo. Grant se despidió de ella y continuó caminando hacia su casa. Miró al cielo.
- Sé que dije de vivir un día en el mundo de mis sueños, pero preferiría si pudiera alargar el plazo al menos a tres.

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