Pasando inadvertida ~Relato corto~

Diana siempre había sido algo parecido a una fanática de las historias de fantasmas, siempre había creído que existía algo sobrenatural que se mantenía oculto en el mundo, y buscaba el más mínimo fallo o una señal que diera forma a esta realidad.
Sin embargo, no fue hasta que enterraron a su abuelo, que no se dio cuenta de lo cerca que podría estar de ese mundo.
Mientras sus padres lloraban su muerte, y ella, cabizbaja, estaba en una esquina, intentando no centrarse en las lágrimas que caían por su mejilla sino en las estatuas que surcaban el pequeño cementerio. Era la primera vez que estaba ahí, y nunca había atravesado sus calles. Mucho menos admirado los ángeles abandonados en un llanto de musgo, ni las cruces cubiertas de enredaderas.
Mucho menos los lauburus, aquel extraño símbolo tan común en su cultura.
Todos ellos estaban a la vista, cubriendo un amplio espectro de las tumbas que quedaban a la vista. Parecía casi una costumbre o una tradición, como si fuera necesario acompañar a cada difunto con uno de ellos. Raro era aquel que no presentara aquel símbolo.
Pero nadie parecía haberse dado cuenta de la diferencia.
Diana había estudiado desde siempre la simbología, formando una de las partes que más le había fascinado de la mitología y cómo todo parecía guardar una relación precisa, sin haber un solo cambio.
Entonces… ¿Por qué el símbolo estaba a la derecha en el mausoleo central? Si las cabezas se encontraban a la derecha, significaba vida, y era un objeto que se utilizaba en el uso cotidiano.
La ceremonia finalizó, y ella seguía ensimismada observando la extraña entrada de aquel panteón, rodeada de símbolos completamente opuestos al resto. Tal vez no era el mejor momento para pensar en ello, tal vez era mejor pensar en su abuelo, llorar junto a su tumba, y dejar ir esas preocupaciones que no tenían ningún sentido y que, según su madre, tenían gracia cuando era joven, pero empezaban a molestarla cuando ya habían pasado dieciséis años conviviendo con ellos.
Pero no podía.
 
Sus padres salieron, aunque ella fue incapaz de apartar los pies del lugar. Intentando no entrometerse, pues era la primera muerte que experimentaba la joven, le dieron tiempo y le dijeron que la esperaban en casa, dándole dinero de sobra para tomar tres o cuatro taxis a su casa y de vuelta. Sin embargo, cuando vio que se encontraba fuera de su vista, y que el vigilante del cementerio no parecía muy preocupado por una joven llorando a su abuelo, se dirigió al mausoleo, intentando ver la lógica del símbolo.
La verdad es que la estructura era muy sencilla, imitando a un panteón, lo cual destacaba en un cementerio vasco. Acarició una columna, notando la piedra fría, y casi se extrañó, decepcionada. Esperaba algún tipo de fuerza sobrenatural ligada al objeto. Algo que lo delatara, algo que le mostrara el lado oculto de las cosas.
La mano se deslizó sin fuerza hasta quedar inerte al lado de su cuerpo. No había nada más.
Un escalofrío la recorrió al pensar aquella idea. No porque no pudiera serlo, sino porque se había sentido emocionada, había estado muy interesada en ese tema y esperaba al menos algo más, algo nuevo para distraerla, una señal, por vaga que fuera, que no le hiciera darse cuenta que la única persona que nunca había puesto pegas a su espíritu curioso se hubiera ido para siempre.
Una lágrima se deslizó por su mejilla mientras se apoyaba en la pared del mausoleo, observando la tumba de su abuelo desde aquella posición.
- Creo que nuestra aventura ya se ha acabado.- Murmuró, distraída, secándose la mejilla con la manga de su chaqueta y apoyando la cabeza en la pared.
Un ligero movimiento le demostró que la losa estaba suelta y, casi emocionada, volvió a girarse, cogiendo con manos temblorosas la losa y observando el lugar que había dejado.
Sabía, casi desde que puso la mano, que aquello no era normal, a pesar de poder ser solo un fallo del arquitecto. Y al ver el brillo de la piedra tras el símbolo, supo que estaba en lo cierto. Se giró, observando que al sol aún le quedaban horas antes de descender.
Tenía tiempo para investigar.
Con la baldosa en la mano, rodeó el edificio, golpeando en sitios estratégicos por si existía algún tipo de entrada secreta. Porque era evidente que, si la losa estaba suelta era por algo, y que tenía que encontrar la entrada, no solo por ella, no solo para entretenerse, sino para demostrarse que no estaba loca. Era algo más importante que una simple piedra con un símbolo distinto. Los símbolos distintos significaban cosas.
Y, si a la izquierda demostraba muerte, y estaba en un mausoleo…
Invirtió la losa, observando que el relieve estaba también al otro lado, aunque fuera más leve. Sin estar muy segura de si funcionaría, colocó de nuevo la losa en su sitio, esperando que algo distinto ocurriera.
Se apartó un poco, comenzando a preocuparse al ver que no pasaba absolutamente nada. ¿Habría hecho algo mal?
Volvió a pasos lentos hacia la tumba de su abuelo, sonriendo a la lápida con su nombre y acariciando con suavidad la fría piedra. Cogió aire, dispuesta a despedirse de él una última vez.
- Disculpa…- Escuchó una voz a su espalda y se sobresaltó, llevaba horas sola en el lugar. Era un joven, no mucho mayor que ella, ataviado con una chaqueta oscura y de mucho cuerpo. Parecía el hijo del encargado, o algo así.
- Oh, perdón, ¿vais a cerrar ya? Mejor me iré.- Comentó, mirando la lápida y apartándose. Él negó, sujetando su muñeca.
- No, ha sido… bueno, es un poco raro intentar explicarte esto. Pero has hecho algo ahí, y nos has alertado.- Comentó, señalando al mausoleo. A Diana se le encogió el corazón, ¿de verdad había hecho algo?- Y luego está tu abuelo… te ha puesto en muy alta estima.
- ¿Qué?
- Ven, te lo explicaré mejor…- Comentó, haciendo un gesto que hizo que una serie de piedras esparcidas sin orden aparente en el cementerio se reorganizaran en un círculo a pocos pasos del mausoleo. El chico entonces recogió la losa con la que ella había estado jugando tanto tiempo sin saber que hacer.- Te faltaba un paso, algo que nadie debía sacar.
- ¿El círculo de piedras? ¿como el anillo de hadas?
-Exacto.- El joven sonrió, colocando la losa en el medio.- Ven, espero que no te importe acompañarme en esta nueva aventura.
El lauburu comenzó a brillar, expandiendo su iluminación a todo el círculo. El joven le tendió la mano, acercándose a la luz. Un tanto escéptica, Diana no se atrevió a adentrarse al principio…
Pero, por alguna extraña razón, sentía que traicionaba a su abuelo si no lo hacía.
Tomó su mano, y se adentró en el círculo.
La luz los cubrió durante unos minutos, y luego, de golpe, se hizo la oscuridad en el cementerio, donde no había rastro de los jóvenes.
Y la losa volvía a encontrarse en su sitio, señalando a la derecha en vez de a la izquierda.
Aunque nadie parecía darse cuenta.

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